Lunes ocho de abril de 1.991.
Estaba deseando que llegara el día de hoy lunes, confiaba que los médicos vinieran para comunicarme que todas las pruebas estaban bien y que me podía marchar a casa, eso me reconfortaba y me desesperaba al mismo tiempo, vinieron a traerme el desayuno y a hacerme la cama, pero a los que esperaba con impaciencia era a mi mujer y a mi cuñado.
Sabía que cuando Pedro llegara al hospital, lo primero que haría sería ir en busca de los médicos que se ocupaban de mí para ver que no demoraran el alta si es que me la daban y poder salir lo antes posible.
La impaciencia me devoraba, dicen que:
“El que espera desespera”.
Y es cierto, el tiempo no pasaba, pero me consolaba pensando en lo que había sucedido tres días antes, que por poco no lo cuento, ahora me encontraba confortable en la cama de un hospital con todas las atenciones y reponiendo mis fuerzas a toda velocidad a la espera de mi mujer y a pocas horas de ver a mis hijos.
Esto me tranquilizaba y me subía el ánimo.
-Ahí estaba, entrando por la puerta, puntual a su cita, con una bolsa de deportes.-
-Hola, papá, ¿cómo has pasado la noche? Me dijo mi mujer
Se acercó a mí y me besó.
-Bien, ¿y Pedro? Le pregunte.
-Ha ido en busca de tus médicos-. Dijo.
-Lo que yo me figuraba-.
Serían sobre las once cuando aparecieron dos doctores y una enfermera en compañía de mi cuñado.
Venían conversando muy distendidamente, nos saludaron y me preguntaron cómo me encontraba.
-Muy bien, con ganas de irme a casa-. Les respondí.
Le indicaron a la enfermera que me quitase la vía y uno de ellos me auscultó.
Cuando terminó, me dijo que me levantara de la cama, quería comprobar mi fuerza y mi agilidad.
Yo mismo me sorprendí, ya que lo hice fácilmente. (Lo que hacen dos días de cama y descanso y la compañía de lo que más quieres.) Anduve caminando por la habitación, yo por mi cuenta hice un par de flexiones mientras los doctores me observaban, cuando acabé me senté en la cama de nuevo.
El doctor me informó que todas las pruebas estaban perfectas, que se habían sorprendido de la rapidez de mi recuperación y que no tenían ningún inconveniente en darme el alta vigilada y que hacían responsable al Dr. Esquembre (mi cuñado) de este periodo de vigilancia.
Se despidieron de nosotros no sin antes desearme una pronta recuperación total.
Pedro se marchó con ellos y yo me abracé a mi mujer.
-Venga, vístete. Me dijo mi mujer. Mientras se agachaba a recoger la bolsa de deportes que había traído con ella y la había dejado en un rincón de la habitación.
La depositó encima de la cama y sacando de ella una muda, calcetines, un pantalón, un polo, una cazadora y unos zapatos deportivos.
Me vestí veloz como un rayo y nos sentamos en la cama a esperar que viniera Pedro.
Mi mujer se apoyaba en mí, yo la tenía cogida por el hombro y nos besábamos.
Pronto estaríamos en casa lejos de la pesadilla.
Cuando entró Pedro a la habitación, dimos un salto y nos pusimos de pies los dos a la vez, estábamos deseando salir de allí.
-Ya tengo todos los papeles del alta, nos podemos marchar-. Nos dijo.
Y salimos del hospital en el que también me había tratado y había velado por mí.
Gracias a todo el personal sanitario del “Hospital Universitario Juan XXIII” de Tarragona por todas sus atenciones y desvelos que hicieron por mí.__________________________________________________________________________________
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