domingo, 20 de febrero de 2011

El Rescate --------------------- Capítulo Duodécimo




Día 5 de abril de 1.991

            Caía la tarde, el temporal había bajado de intensidad, pero sus efectos se hacían notar, la bravura de las olas era menor y el viento ya no levantaba la espuma.

            La costa la veía ahora más clara en el mismo sitio, parecía que no me había movido en todo el día del mismo lugar, se divisaban las montañas al fondo en unos tonos grises pardo.

            Los ojos me picaban por el efecto de la sal, los labios y la cara me dolían de las quemaduras que me había producido el sol por estar expuesto a él todo el día, yo tengo la piel muy sensible y normalmente siempre me protejo de los rayos del sol, no puedo estar mucho tiempo expuesto a él. Debería de tener la cara destrozada, en carne viva.

            Me flaqueaban las fuerzas y mi mente prácticamente había dejado de pensar y de agitarse, estaba sumido en una especie de letargo que casi no me hacía sentir la realidad, estaba al borde de dejarme llevar, ni padecía ni sufría, no sentía mis extremidades, estaba entumecido eran muchas horas sumergido  y el agua del mar iba perdiendo temperatura conforme iba cayendo la tarde.
            El frío era mi mayor enemigo era el que me mataba poco a poco, mi constitución fuerte me mantendría un poco más, pero no sé si merecía la pena todo el sufrimiento.

            Estaba al borde del shock.

            El atardecer, me hacía pensar en la noche y me estremecía, el frío sería extremo y me haría perder la consciencia ese sería el final.

            Sabía que ya no me quedaba mucho tiempo.

            Me vino a la memoria  mi compañero Gerardo.

            ¿Donde estaría, seguiría en el mar, lo habrían rescatado?

            Ojala lo hubieran rescatado y que esta odisea hubiera terminado para él, tan cerca pero tan lejos, caímos al agua con diez minutos de diferencia, no creo que estuviéramos muy lejos el uno del otro, me acordé de su niño de pocos meses y de su mujer así como de los míos, seguramente no sabían en el trance tan grave en el que nos encontrábamos y que lo más probable es que saliéramos mal parados de él.

            Como sería el futuro de mi mujer sin mí, como se desenvolvería y mis hijos sin su padre.

            ¡Noooooooooooooooooo! Grite con rabia.

            ¿Como podía morir así, un hombre sano y con toda la vida por delante?

            Nooooo. Me niego. Quiero salir de aquí.

            Me revelaba contra mi destino.

            Seguía remontando y bajando ola tras ola, flotaba desmadejado sin prácticamente control sobre mí mismo.

            En una remontada de una ola me pareció ver un punto negro en el horizonte podría ser un barco, pero fue una visión muy fugaz porque volví a descender y lo perdí de vista.

            Estaba deseando que otra ola me elevara para poder verlo de nuevo.

            La ola me remonto a lo más alto. Sí, efectivamente, lo divisé,  allí estaba, era un punto diminuto pero se apreciaba que era un barco.

            No sabía a qué rumbo navegaba, pero siiiiiiiiiii..... Era un “puto barco”.

            Volvió a renacer en mí una luz de esperanza dentro del enorme vacío y desesperación que me envolvía.

            Cada vez que me remontaba  la cresta de cada ola yo me retorcía para mantenerme en dirección aquel punto en el horizonte.

            Al cabo de varias veces de observarlo de una forma intermitente por el efecto del oleaje, aquel punto se convirtió en la silueta de un  barco que se hacía cada vez de mayor tamaño, mi esperanza crecía con ella.
           
            Empecé a distinguir que era un carguero, y por la rapidez que crecía de tamaño, venía hacia mí casi de proa, le veía la amura de estribor.

            Por el ángulo de trayectoria que le observaba pasaría a un cuarto de milla de mi por el lado de  tierra, pensaba que me podían ver, era necesario que me vieran, era mi última esperanza de salir con bien de esta Kafkiana situación.

            Ahora todo dependía de la tripulación, si había estado atenta a la radio y que hubieran recibido el comunicado de nuestro naufragio en la zona, si los marineros estuvieran oteando el mar con prismáticos en busca de supervivientes, cabía la posibilidad de que hubieran colocado serviolas en el puente alto del barco para hacer más efectiva la búsqueda y que me divisaran desde su posición, que descubrieran esa pequeña mancha naranja que era mi chaleco salvavidas, que por casualidad un rayo del sol de la tarde se reflejara en los catadióptricos de mi chaleco y revelaran mi posición al barco, toda una serie de circunstancias que no tenían que coincidir todas, pero por lo menos una, para poder salir de este agujero.

            ¡Eh! Que estoy aquí.

            La esperanza volvió a renacer en mí, aunque sabía que las posibilidades de que me vieran eran muy pequeñas, yo era un puntito inapreciable en la magnitud de un mar agitado y revuelto que no facilitaba la posibilidad de que me divisaran...

            Todo esto me imaginaba que podía estar pasando y mi ánimo se recomponía.

            -Por favor Dios ¡Que me vean!-

            Gritaba yo al cielo.

            -Que me vean-

            Me acordé que el chaleco llevaba un silbato lo busqué palpándome todo el pecho  y lo encontré amarrado con un cordón a una anilla, me lo puse en la boca y comencé a silbar con todas mis fuerzas.

            Volví a subir en una ola y el barco no había cambiado de rumbo.

            -No me van a ver, van a pasar muy lejos para poder distinguirme-

            Volví a pitar y a pitar hasta que me dolieron los labios y las sienes.

            La desesperanza y el desasosiego se apoderaron de mí de nuevo.

            Pataleaba en el agua como para conseguir salir de ella, agitaba mis brazos al mismo tiempo que silbaba y silbaba.

            Esta actuación no servía de nada, solo para agotar las pocas fuerzas y el resuello que me quedaba.

            El rumor de la mar ahogaba el sonido del silbato y mis brazos eran invisibles ya que el anorak que llevaba era de color gris y al estar mojado se convirtió en un color pardo casi negro, lo único que podrían distinguir sería el color naranja vivo del chaleco.

            Pero mi desesperación hacía que mi comportamiento estuviera fuera de lógica por un momento.........la cordura volvió otra vez a mí. Me coloque boca arriba para exponer en la superficie la mayor parte de mi cuerpo y que los reflectantes que llevaba mi chaleco les diera más la luz del sol del atardecer y pudieran reflejar esos rayos de esperanza mejor. La confianza no me abandonaba.

            Los minutos parecían eternos.

             El barco parecía que no avanzaba.

            Mi pánico era doloroso al pensar que podría pasar de largo sin verme.

            Eran mi billete al último tren de la salvación, de volver a mi vida con mi mujer y mis hijos  a mi futuro, a abandonar esta pesadilla.

            De nuevo bajé con el mar y perdí el barco de mi vista.

            No sé el tiempo que había trascurrido en esta situación  de ver el barco como se acercaba, como lo perdía de vista y lo volvía a ver, hasta que cuando  otra ola me elevó, aprecié toda su silueta.

            Sabía que si yo no veía el barco, el barco no me veía a mí, por eso cada vez que bajaba decía:

            -Sube pronto que me vean, sube, subeeee..........


NOTA de Prensa

            A las 19h00 el mercante soviético  Syezd Profsoyuzov localizaba a la deriva en las coordenadas 40 grados 46 minutos latitud Norte y 1 grado longitud Este a 6 millas del Cabo Tortosa a un superviviente e inicia la maniobra de aproximación para su rescate.
(Ver páginas de prensa)


            Mi cuerpo sufrió un escalofrío cuando aprecié que el barco, había cambiando de rumbo dirigiendo su proa hacia mí.

            -Me han visto- no lo podía creer.

            -Han dado conmigo-

            -Gracias Señor-

            Me inundaba la alegría, se me quito el cansancio, volví a tener esperanza y fe en todo.

            Saltaba de alegría y de gozo.

            Las fuerzas venían a mi otra vez.

            Si, si me han visto, han dado conmigo, un barco no cambia de rumbo gratuitamente  sino es por una causa, y esa causa soy yo. Me han visto

            El barco se aproximaba hacia mí, cuando estaba a una cierta distancia, observaba gente en la proa  que me miraba, que me señalaban.

            Oí la sirena del barco.

            Ahora sí que tenía la certeza de que me habían visto.

            Era un barco grande de gran tonelaje,  iba aumentando de tamaño  conforme se acercaba a mí.

            Las olas   rompían contra su prominente  proa formando unos bigotes blancos de agua y espuma, parecía un edificio de tres plantas que se abalanzaba sobre mí y que me iba a arroyar con toda su grandeza.

            El barco debía de llegar a mi solo con la inercia de su desplazamiento, con las hélices paradas, el capitán debería de haber calculado la arrancada para llegar prácticamente parado a mi altura y poder izarme a bordo con garantías.

            El barco no paraba, se precipitaba sobre mí, iba a excesiva velocidad yo estaba asustado.

            No  podía creer  la velocidad que  traía el barco, me iba a aplastar. Pasaría sobre mí.

            Ya tenía la proa a mi altura, era como un enorme cuchillo que se cernía sobre mí, los bigotes de agua que producía su roda me empujaban y me apartaban de su trayectoria hacia el costado del mercante.

            Oía a la gente que gritaba desde cubierta al mismo tiempo empezaron a lanzar aros salvavidas amarados con cabos, unos caían a mi alrededor y otros se los llevaba el viento.

            Era desesperante no podía alcanzar ninguno, luchaba por atrapar uno pero el traicionero viento me los arrebataba, los alejaba de mí, no caía ninguno lo suficiente cerca como para asirme a él.

             El barco seguía navegando, a causa de su enorme inercia, no se detenía.

            Esto era una pesadilla, los marineros corrían por el pasillo de estribor de cubierta recuperando los aros y volviéndolos a lanzar, pero ninguno cayó cerca de mí.

            -Maldito viento, maldito barco-

            -Que se pare- Gritaba yo entre dientes, con rabia y desesperación

            El barco llevaba demasiada arrancada y no podía detenerse iba a pasar de largo.

            Esperaría a que se detuviera y mandaran un bote.

            -Esa era la solución pensaba yo-

            Esto no podía estar sucediendo, era insólito, en que pensaba el puto capitán, me quería matar o es que ya estaba muerto o es que me encontraba en medio de  otra pesadilla.

            Sin esperármelo, una enorme fuerza me arrastro hacia abajo, era como si un gran abrazo hubiera tirado de mi con todas sus fuerzas hasta sumergirme, venciendo la resistencia de mi chaleco y perdiendo la flotabilidad manteniéndome sumergido.

            Y ahora que estaba sucediendo.

            Me hundía

            Estaba siendo arrastrado a los abismos del infierno.

            -Me había tragado el vacío que genera el desplazamiento del barco.

            Me había succionado el gran remolino que generaba el casco al cortar y separar las aguas, me estaba pasando por la quilla del mercante  aquella enorme corriente, no daba crédito a todo lo que me estaba sucediendo.

            Si las cosas tenían que salir mal, no podían suceder peor.

            Esto era una enorme locura sin explicación posible para el sentir y las emociones humanas.

            Yo permanecía con los ojos cerrados manteniendo la respiración.

            Por el tiempo que estaba durando la inmersión, se iba consumiendo el poco oxigeno del aire que había podido aspirar antes de ser arrastrado por el vacío bajo del casco del barco.

            Ya no me quedaba  más aire en los pulmones.

            Me estaba asfixiando.

            Tenía que aguantar, pero no sabía cuánto tiempo más.

            Estaba inmerso en un remolino de agua que me arrastraba Dios sabe donde me conducía.

            Estaba a punto de de aspirar toda el agua del mar, sería el fin.

            No podía pensar, solo sabía que no podía durar mucho pues me ahogaría.

            Aquella fuerza que me tenía atenazado cesó, el chaleco salvavidas me empujó y ascendí hacia la superficie  donde salí a flote en el último instante a veinte metros más allá  de la popa del barco.

            Me faltaba la respiración, la glotis se me había cerrado en un espasmo, me ahogaba, no me lo podía creer que fuera a morir asfixiado en superficie a pleno aire.

            Los pulmones me estallaban, necesitaban aire, debía conseguir aire.

            ¡Cuantas agonías tenía que sufrir antes de morir!

            Fui forzando la respiración para librarme del nudo que me tenia atenazada  la garganta.

            Un hilillo de aire comenzó a deslizarse hacia mis pulmones.

            Poco a poco fui recobrando la respiración y recuperando la visión que se me había nublado por la falta de oxigeno en aquella prolongada inmersión inesperada que me había pasado por la quilla.

            Afortunadamente las hélices estaban paradas, de lo contrario me hubieran triturado y convertido en comida para peces.

            Vi a los marineros que se agrupaban en la popa del barco buscándome entre los remolinos que producía el barco al desplazarse, después me localizaron y observándome gritaban y me señalaban indicando todo el tiempo en mi dirección.

            El carguero de una forma inverosímil para mí y que en ese momento no comprendía, puso los motores en marcha y se alejó siguiendo su rumbo, yo me quedé perplejo, no lo entendía, esto no puede estar pasado, me estaban abandonando a mi destino en medio de las olas.

            En la puta mierda..............

            -Hijos de putaaaaaaaaaaaaa- Grité

            El barco se alejaba más y más, yo lo dejaba de ver de tanto en tanto.

            Estaba muerto de miedo.

            Durante un momento vi en la lejanía como el barco cambiaba de rumbo y caía a babor  mostrándome su costado, un momento después evolucionaba  y caía a estribor, le vi la popa y después el costado de estribor.

            -Estaba describiendo un círculo, un giro completo de 360º para venir otra vez a mi encuentro-

            Fui observando su evolución, hasta que su proa estaba de nuevo en mi dirección, se acercaba de nuevo para rescatarme.

            -¡Venía a por mí!-

            -¿Y si me perdían de vista y no me encontraban al volver?-

             Diez millones de dudas me asaltaban.

            Me colocaba lo más horizontal posible para que el chaleco anaranjado sobresaliera lo máximo del agua, quería elevarme, volar, gritar:
           
            -”Estoy aquí, que esperáis coño”-

            -Venía hacia mí, venía a rescatarme, sí que me veían, no me habían abandonado, no me iban a dejar morir en el mar solo como un perro-

            El barco se acercaba, esta vez venía mucho más lento, los bigotes eran más pequeños sobresalían menos de su proa.

            Conforme se acercaba el volumen del barco y con la experiencia sufrida anteriormente cuando me succionó, me iba acojonando y se me iba erizando todo el cuerpo, era como un monstruo que salía del fondo del océano.

            Ya lo tenía a escasos metros casi lo podía tocar, notaba el ruido del mar al abrirse delante de él, lo notaba vibrar, veía la enorme mole encima de mí.

            Estaba muerto de miedo, si el miedo tiene cara esta era su más feroz semblante.

            Me entró por la banda de babor costado de sotavento para resguardarme del viento y del mar.

            Esta vez no me escupió, parecía como si me hubiera atraído hacia él, me encontraba tan próximo al barco que mi chaleco rozaba su casco, tal era mi proximidad que temía dar con mi cabeza contra el frío metal pintado de negro y con manchas de oxido, se le apreciaban las chapas del casco marcadas por el batir del mar se notaba que era un barco que navegaba mucho y que tenía algunos años.

            Me arrojaban otra vez los aros salvavidas, caían a mi alrededor, pero ya no me quedaban apenas fuerzas para atraparlos, no podía levantar los brazos, me dolían, me pesaban como losas, estaba vencido, destrozado, no podía más.

            Esperaba la ocasión de que uno se pusiera a mi alcance, no se me escaparía.

            Pensaba yo, que si no podía coger ninguno, bajarían a recogerme con alguna embarcación.

            Cayó un aro justo delante de mí, instintivamente cruce mis brazos al rededor de él usando el resto de mis fuerzas, me así con mis manos a las mangas del anorak para evitar soltar el tan preciado objeto, hice como un nudo con mis brazos. Ya era mío aquel maldito royo tan deseado.  

            Noté enseguida como iba siendo arrastrado  con un suave deslizamiento  por las aguas, sujeto a aquel trozo de corcho que era mi puente a la vida, lo que me ataba de nuevo al mundo y a mi familia.

            No sabía lo que iba a pasar ahora.

            Allí me encontraba colgado y arrastrado en el costado de un barco dando trompicones y zarandeado por la corriente y las olas. Pero de lo que si estaba seguro es que nada ni nadie me iba hacer soltar aquel aro, me tendrían que arrancar los brazos de cuajo, pero aun así y todo lo defendería con mis diente.

            Me encontraba exhausto y al límite, mis piernas colgaban de mí sin ejercer ningún esfuerzo, como un muñeco de trapo.

            Noté un golpe,  alguien me agarraba por el cuello del chaleco y que tiraban de mí, sentía que  me izaban.

            Me estaban sacando del agua, yo estaba de espaldas al casco y no podía ver quien me estaba sosteniendo, pero se notaban fuertes manos que me sujetaban.

            Habían echado una escala ancha por la borda bajando varios marineros por ella y entre todos me levantaron lentamente, uno asiéndome por el cuello otro por la cintura, otro por los arneses de la entrepierna, me pasaron un cabo por la cintura y lo anudaron con un nudo corredizo para asegurarme y evitar que volviera a caer al mar.

            Iba notando las manos fuertes que me asían  y con un gran esfuerzo me atraían hacia aquellas personas que se estaban arriesgando por mí, estaban poniendo en peligro su seguridad por ponerme a salvo.

            Notaba sus alientos y sus rostros sonrientes cuando mi cara pasaba cerca de las de ellos, estaban tensos pero alegres.

            Si, me sonreían como dándome ánimos, como diciéndome ya estás en casa ya ha pasado todo, se acabó la pesadilla.

            Poco a poco, paso a paso me iban izando a pulso hasta llegar a la borda del mercante-.

            No sé como lo lograron porque yo soy corpulento y el peso del agua que empapaba mis ropas, harían más de ciento cincuenta kilos de peso muerto de una persona flácida que era incapaz de colaborar muy a pesar suyo.

            Una vez en el pasillo de la cubierta principal del barco, no se entre cuantas personas pero me llevaban en volandas conduciéndome hasta el interior del barco, me  metieron en un camarote y me depositaron en una camilla.

            Estaba rodeado de gente que hablaban entre ellos me miraban y trataban de comunicarse conmigo, eran hombres de mar.

            Intentaban quitarme el chaleco, pero parecía una tarea difícil, los nudos se habían apretado hacia afuera, estaban empapados y no se podían soltar, entonces utilizaron una navaja, notaba como uno a uno cortaban todas las ataduras y me despojaban del chaleco que me había sostenido a flote durante todo el día.

            Me fueron quitando toda la ropa hasta dejarme desnudo, me secaron con dos grandes toallas, seguidamente me cubrieron con una manta y me acostaron en la litera.

            Estaba tumbado boca arriba mirando el techo blanco de aquel camarote ya no veía el cielo ni sentía el vaivén  de las olas, mi cuerpo se estaba relajando, no sentía nada, era como si estuviera disfrutando de mi nueva situación o pasando del limbo a la tierra, estaba desorientado, como si lo que estaba sucediendo lo estuviera viviendo en tercera persona

            Una chica  me sacó de aquel vacío. Me sorprendió ver una mujer a bordo del mercante. Me cogió la cabeza con una mano y la levantó, acercó un vaso mi boca, diciendo:

            -Coñac-

            Yo aparté la cabeza hacia un lado con un gesto de repulsa y de negación hacia lo que me ofrecía y le respondí:

            -No. coñac no.-

            La mujer me recostó la cabeza de nuevo en la litera y se levanto de mi lado.

            La misma mujer me trajo una bebida caliente  muy dulce y me lo fue dando a cucharadas.

            Me hizo bien el calor de aquel brebaje y sobre  todo el tomar un poco de líquido, mi cuerpo estaba deshidratado y también el calor de aquellas personas desconocidas que se estaban preocupando por mí y que me estaban colmando de atenciones.

            Me habían rescatado  de las garras del frío y del mar, de una muerte lenta y de un sufrimiento infinito.

            Oía que me hablaban, que intentaban comunicarse conmigo, pero yo no les entendía, me hablaban en un idioma que desconocía.

            Pero yo les contestaba a todo lo que me decían con un:

             MY FRIEND IS IN THE WATER.......

            Esto es lo que yo les respondía una y otra vez “Mi amigo está en el agua”, esta era mi contestación desesperada, como queriéndoles decir:

            -Seguir buscando por favor mi compañero sigue en la mar solo e indefenso, asustado y medio muerto como yo, continuar la búsqueda, no lo abandonéis-

            -Y lloré-

            Como se dieron cuenta que no les entendía, uno de los marineros de los varios que me rodeaban, me dijo:

             -GORBAÇOV  PERESTROYCA-

            Creí comprender que eran rusos.

            Me estuvieron masajeando el cuerpo todo el tiempo para hacerme entrar en calor.

            Me hablaban constantemente con un tono amistoso para darme fuerzas y contribuir a mi recuperación.

            Me sentía observado y al mismo tiempo muy atendido por gente que me parecía amable y amistosa que se preocupaban de mi.

            Entre en un estado de sopor y de semiinconsciencia, quizás provocado por la hipotermia también por sentirme a salvo, por el cansancio.

            En mi mente se repetía la misma frase:

            -MY FRIEND IS IN THE WATER-

            Dentro de mi letargo, percibía el movimiento a mí al rededor.

            Alguien entró apresuradamente en el camarote y se puso a hablar fuerte con las chicas que estaban cuidando de mí.

            De repente me destaparon  me incorporaron entre las dos chicas y empezaron a vestirme.

            Me enfundaron en un mono naranja de trabajo, con dificultad me metieron por la cabeza un grueso jersey de lana verde y me pusieron un chaquetón de mar, le subieron la cremallera hasta el tope, me calzaron unas zapatillas de deporte y un gorro.

            ¡No entendía nada!

            Conforme me vestían a trompicones y apresuradamente me decían: 



            -HELICOPTER...HELICOPTER...-

            Una vez pertrechado y bien abrigado, me llevaron en volandas por los pasillos del barco hasta salir a cubierta.

            Al salir al exterior me enrollaron en una manta pues seguía haciendo viento y frío en alta mar y me condujeron hasta el castillo de proa donde había una zona despejada.

            En la plataforma del castillo se encontraban cinco o seis marineros, mirándome y señalando hacia arriba con sus brazos. Uno de ellos manipulaba una radio recibiendo órdenes del puente  de mando del navío desde donde se dirigía la maniobra.

            Del cielo bajo una cesta de salvamento de color roja sujeta a un cable que pendía del enorme helicóptero de Salvamento Marítimo que se sustentaba sobre el mercante luchando contra las ráfagas de viento que todavía eran apreciables y  de los movimientos del marco sobre las olas, dos marinero la asieron sujetándola con firmeza para que no se moviera y golpeara a alguien, depositándola en la cubierta de la plataforma donde nos encontrábamos, entre tres o cuatro tripulante  me acomodaron en ella hecho un ovillo, me costaba respirar ya que la cesta no era excesivamente grande o no era de mi talla, sujetándome a ella  con unas correas , junto a mí, en los pies colocaron una bolsa negra con todos mis objetos personales.
           
            Mantuvieron bien sujeta la cesta mientras el oficial de cubierta hablaba por la radio.       
           
            La cesta empezó a elevarse sujeta y dirigida por dos marineros para que ascendiera lo más estable posible los primeros metros.

            La cubierta del barco se fue haciendo pequeña. Los marineros me hacían gestos con las manos y gritaban despidiéndose de mí, como diciendo  o deseándome buena suerte en el momento que empezó a ascender la cesta conmigo en su interior.

            Yo les estaba agradecido en lo más íntimo de mi ser, les daba las gracias por todo el trabajo y el esfuerzo que habían realizado para rescatarme del mar, les daba las gracias por haber estado allí, por haberme visto, por haber arriesgado sus vidas al descolgarse por la borda para sacarme de las aguas, por todas las atenciones recibidas a bordo, por las cucharadas de la sopa caliente, por la ropa seca, por las palabras de alivio,  GRACIAS en nombre mío y en el de mi familia.

            El ruido de las turbinas del aparato era ensordecedor, la pequeña cesta no tardó mucho en llegar al extremo de la pluma, se paró y fue entrada al interior del helicóptero de salvamento.

            La cabina del helicóptero era grande y despejada, en el interior se distinguían varias personas que me observaban y llevaban unos enormes cascos.

            Me extrajeron entre dos tripulantes de la estrecha e incómoda cesta y  me acomodaron en una camilla, me abrigaron con una manta   y me sujetaron con dos cinchas, uno de ellos me dijo:

            -Ya estás en casa-.

            Yo le respondí:

            -MY FRIEND IS IN THE WATER-
           
            El helicóptero  del Salvamento Marítimo remontó y se alejó del barco  y de su tripulación que me salvó la vida, rumbo a tierra hacia la ciudad de  Tarragona donde se encontraba el hospital que me esperaba.

            Después de este suceso no recuerdo nada, mi mente quedó en blanco.




Zona del hundimiento y del rescate




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      -------------- Próxima y últlma publicación :  Notas de Prensa y Conclusiones ---------------

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